domingo, 30 de enero de 2011

LA POESÍA ROMÁNTICA ALEMANA

   La poesía romántica alemana había tenido un precedente en los autores del Sturm und Drang; también se vio impulsada por la revista “Atheneaum”, fundada por los hermanos Schlegel, en la cual se publicaron las teorías que August Schlegel había manifestado en sus cursos sobre Literatura y Arte en la Universidad de Berlín, según las cuales la poesía romántica debía retornar a la Edad Media para librarse de la influencia clásica.

A. FIEDRICH HÖLDERLIN


     Hölderlin (1770-1843) nació en Lauffen am Neckar y estudió Teología en la Universidad de Tübingen. Durante su etapa estudiantil, entabló amistad con Hegel, con quien compartía una gran admiración por la Revolución Francesa.
    Se estableció en Frankfurt, donde trabajó como preceptor en la casa del banquero Jacob Gontard, pero abandonó la ciudad en 1798. Empezó entonces un periodo de intensa creatividad durante el que compuso sus grandes elegías. Después de un viaje a pie por Francia, su esquizofrenia (enfermedad que se le había manifestado por primera vez en 1802) empeoró, y se hizo irreversible cuando conoció la muerte de Suzette. Hölderlin muere en 1843.
   Este poeta alemán no pertenece directamente ni al Clasicismo ni al Romanticismo, pero su pensamiento refleja elementos comunes a ambos: comparte con el Clasicismo su gusto por la belleza de la forma y la exaltación del mundo griego; es Romántico en su sentido místico de la naturaleza, así como por los elementos del panteón y las imágenes cristianas.
  Su poesía fue adquiriendo cada vez tonos más pesimistas: su poesía de juventud es de inspiración rousseaniana (la naturaleza es inocente y el mal del mundo es un producto perverso de la sociedad); posteriormente, Hölderlin llegó a la conclusión de que el mal también existe en la naturaleza y que el ser humano nace de la corrupción.

A.1. “El Archipiélago”

Hasta que, despertando de angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre, y el hábito bendito del amor,
de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene desde lejos, el dios, se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
¡Ay! ¿no vienes todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos,
continúan viviendo, ¡oh día!, solitarios en lo profundo
de la tierra, mientras una primavera, siempre viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante.
¡Pero no por más tiempo! Ya oigo a lo lejos el canto coral
del día de fiesta sobre la verde colina y el eco del bosquecillo,
donde se levanta el pecho de los adolescentes, donde se funde
sosegadamente el alma del pueblo en la más libre canción en honor del dios,
al que corresponde la altura, mas para quien los valles también son sagrados;
pues allá donde gozosa se apresura el agua con creciente juventud
entre las flores del campo, y donde maduran en llanuras soleadas
el noble trigo y los árboles frutales, se coronan contentos
para la fiesta los devotos; y sobre la colina de la ciudad resplandece,
igual que una vivienda humana, el pórtico celeste de la alegría.

Pues toda la vida se ha llenado de sentido divino,
y, perfeccionando todo, vuelves a aparecer, como entonces, por todas partes
ante tus hijos, ¡oh naturaleza!, y, como de montaña rica en manantiales,
fluyen de aquí y de allá bendiciones sobre el alma germinante del pueblo.


A.2. LA INFLUENCIA DE HÖLDERLIN EN LAS ODAS DE LUIS CERNUDA

a) En 1935, Luis Cernuda, en colaboración con Hans Gebser, publicó en la revista “Cruz y Raya” de José Bergamín unas traducciones de Hölderlin.

b) ODA


La tristeza sucumbe, nube impura,
alejando su vuelo con sombrío
resplandor indolente, languidece
perdiéndose a lo lejos, leve, oscura.
El furor implacable del estío
toda la vida espléndida estremece
y profunda la ofrece
con sus felices horas,
sus soles, sus auroras,
delirante, azulado torbellino.
Desde la luz, el más puro camino,
con el fulgor que pisa compitiendo
vivo, bello y divino,
un joven dios avanza sonriendo.

¿A qué cielo natal, ajeno, ausente
le niega esa inmortal presencia esquiva,
ese contorno tibiamente pleno?
De mármol animado quiere ,y siente;
inmóvil pero trémulo se aviva
al soplo de un purpúreo anhelar lleno.
El dibujo sereno
del desnudo tan puro
en un reflejo duro
copia la luz que mira su reposo.
Y levantando el bulto prodigioso
desde el sueño remoto donde yace,
Destino poderoso,
a la fuerza suprema firme nace.

Pero ¿es un dios? El ademán parece
romper de su actitud la pura calma
con un gesto de muda melodía
que luego suspendido no perece;
silencioso más vívido, con alma,
mantiene sucesiva su armonía
el dios que traslucía
ahora olvidado yace;
eco suyo renace
el hombre que ninguna nube cela.
la hermosura diáfana no vela
ya la atracción humana ante el sentido;
y su forma revela
un mundo eternamente presentido.

Qué prodigiosa forma palpitante,
cuerpo perfecto en el vigor primero,
en su plena belleza tan humano.
Alzando su contorno triunfante
sólido sí, mas ágil y ligero,
abre la vida inmensa ante su mano.
Todo el horror en vano
a esa firmeza entera
con sus sombras quisiera
derribar de tan fúlgida armonía.
Pero acero obstinado, sólo fía
en sí mismo ese orgullo tan altivo;
claramente se guía
con potencia admirable, libre y vivo.

Cuando la fuerza bella, la destreza
despliega en la amorosa empresa ingrata
el cuerpo; cuando trémulo suspira;
cuando en la sangre, oculta fortaleza,
el amor desbocado se desata,
el labio con afán ávido aspira
la gracia que respira
una forma indolente;
bajo su brazo siente
otro cuerpo de lánguida blancura
distendido, ofreciendo su ternura,
como cisne mortal entre el sombrío
verdor de la espesura,
que ama, canta y sucumbe en desvarío.


Mas los tristes cuidados amorosos
que tercamente la pasión reclama
de quien la vida entre sus manos deja,
el tierno lamentar, los enojosos
hastíos escondidos del que ama
y tantas lentas lágrimas de queja,
el azar firme aleja
de este cuerpo sereno;
a su vigor tan pleno
la libertad conviene solamente,
no el cuidado vehemente
de las terribles y fugaces glorias
que el amor más ardiente
halla en fin tras sus débiles victorias.

Así en su labio enamorada nace
un ala luminosa dilatando
por el viril semblante la alegría.
Y la antigua tristeza ya deshace,
desde el candor primero gravitando,
la amargura secreta que nutría.
El cuerpo sólo fía
en su bella destreza,
en su divina fuerza
que por los tensos músculos remueve.
Y a la orilla cercana, al agua leve,
la forma tras la extraña imagen salta;
relámpago de nieve
bajo la luz difusa de tan alta.

Sonriente, dormida bajo el cielo,
soñaba el agua mientras fluye lenta,
idéntica a sí misma y fugitiva.
Mas en tumulto alzándose, en revuelo
de rota espuma, al nadador ostenta
ingrávido en su fuga a la deriva.
Y la forma se aviva
con reflejos de plata;
ata el río y desata,
en transparente lazo mal seguro,
aquel rumbo veloz entre su oscuro
anhelar ya resuelto en diamante.
La luz, esplendor puro,
cálida envuelve al cuerpo como amante,

Un frescor sosegado se levanta
hacia las hojas desde el verde río
y en invisible vuelo se diluye.
La sombra misteriosa ya suplanta
entre el boscaje ávido y sombrío
a la luz tan diáfana que huye.
Y la corriente fluye
con un rumor sereno;
todo el cielo está lleno
del trinar que algún pájaro desvela.
El bello cuerpo en pie, desnudo cela,
bajo la rama espesa, entretejida
como difícil tela,
su cegadora nieve estremecida.

Oh nuevo dios. Su deslumbrante brío
el crepúsculo vuelve vagoroso
en perezosa gracia seductora.
Todo el fúlgido encanto del estío
el fatigado bosque rumoroso
con reposo vacío lo evapora.
Vana y feliz la hora
al sopor indolente
se abandona; no siente
la silenciosa y lánguida hermosura.
por la centelleante trama oscura
huye el cuerpo feliz casi en un vuelo,
dejando la espesura
por la delicia púrpura del cielo.

B. NOVALIS


 
   Novalis (1772-1801), nacido en el seno de una familia noble de Sajonia, recibió una educación pietista. Estudió Derecho en Jena, donde asistió a los cursos de Historia impartidos por Schiller y conoció a Fitche, cuya filosofía idealista gravita sobre toda su obra. Después de trasladarse a Leipzig en 1791,  conoció a los hermanos Schlegel, con los que colaboró en la revista “Athenaeum”. Un año más tarde, se trasladó a Wittenberg para ejercer la jurisprudencia. La muerte de su prometida, Sophie von Kühn, en 1797 a causa de la tuberculosis lo afectó profundamente. En 1799 ocupó el cargo de administrador de minas en Weissenfels, poco antes de su prematura muerte.

  La obra de Novalis es a la vez literaria, poética y filosófica. Novalis, que publicó muy poco en vida, es autor de miles de notas teóricas en las que combina ciencia, poesía, religión, política y filosofía. La mayoría de estas notas se recogen en El borrador general”. Se caracterizan estas notas por un espíritu enciclopédico, propio del primer Romanticismo y presente también en Fiedrich Schlegel, quien proyectaba una enciclopedia literaria. Novalis imaginó en “El borrador general” una forma específica de saber total, en el que el arte y, sobre todo, la poesía son la clave de todo. En el corazón de su reflexión se encuentra la búsqueda de un idealismo mágico que combina potencia espiritual y creación literaria. Este idealismo tiene como finalidad sintetizar diferentes formas (como sujeto y objeto) y, al mismo tiempo, producir, gracias a la imaginación creadora, una armonía global que Novalis denomina la edad de oro.
   Los textos poéticos de Novalis son, en verso: “Himnos a la nochey “Cantos espirituales”; en prosa, “Los discípulos en Sais”. Su obra maestra en prosa es “Enrique de Ofterdingen”, ambientada en un universo medieval mítico, y que publicó póstumamente su amigo Ludwick Tieck.

B.2. “Himnos a la noche”
Avanza horrible espectro hacia los convidados
y llena su alma toda de un gran terror secreto
hasta los mismos dioses se sienten conturbados
ni a llevar calma aciertan al corazón inquieto.
Era misteriosa de esta visión la senda;
no aplacaba su rabia ni súplica ni ofrenda.
¿Sabéis qué era? La Muerte, que esa deshecha orgía
con dolor y con lágrimas y miedo interrumpía.
Forzado a separarse, al fin, eternamente
de lo que el alma mece en el más dulce encanto,
de todo lo que inspira, con un amor ferviente,
anhelo infatigable e inextinguible llanto
al mortal parecía tan sólo reservado
un sueño mortecino, luchar desesperado.
Del placer, estrellada ya estaba la ola loca
del hastío infinito en la funesta roca.
Embelleció al espectro queriendo hacerle inerme
la osada fantasía que hasta lo ignoto escarpa;
un dulce adolescente la luz apaga, y duerme;
será el fin apacible como el germir de un arpa.
dilúyese el recuerdo de sombras en raudales:
el canto del destino, tal fue, de los mortales.
Más de la eterna muerte quedó el misterio arcano.
Oh, ¡Muerte! ¡Oh, grave signo de un gran poder lejano!
[...]
Oh, ved, ya está la losa alzada,
abierta está la sepultura:
la humanidad resucitada,
contigo siéntese hermanada,
libre de toda ligadura.
Todo pesar se desvanece
ante tu copa, que convida,
cuando la tierra desaparece
en la suprema despedida.
La muerte, a bodas ya nos llama;
están las vírgenes dispuestas;
clara es la lumbre que derrama
dentro sus lámparas la llama;
no falta aceite en nuestras fiestas.
De tu cortejo el sacro coro
llene el profundo firmamento
llámennos ya los astros de oro
con dulce voz y humano acento.
A tí levántanse, oh, María,
millares ya de corazones;
desde la hondura de esta fría
tierra, tan lóbrega y sombría,
te claman: »¡No nos abandones!«
¡Ah! su plegaria no deseches;
sanar confían de sus males
cuando, amorosa, les estreches
cntre tus brazos maternales.
¡Cuántos de ardor ya consumidos,
vencidos ya por cruel tortura,
de nuestro mundo desasidos
volaron ya y contigo unidos
gozando están de tu ventura!;
si en horas trágicas nos vimos,
bajaron para confortarnos.
Hoy hacia ellos ya subimos
al lado suyo a eternizarnos.
Ante ninguna sepultura
solloza ya quien ama y cree;
ya del amor la herencia pura
de fuerza y hurto está segura.
¡Dichoso aquel que la posee!
Viene la noche y, en su brillo,
se refrigera su hondo anhelo;
su corazón es un castillo
que guardan ángeles del cielo.
Nuestra terrena vida asciende
hacia la vida sempiterna.
El alma ya más claro entiende
pues ya la abrasa, ya la enciende
una amorosa llama interna,
los astros son racimo ingente
que, a chorros, da vino de vida;
en un lucero refulgente
será cada alma convertida.
Ah, dadivoso, amor invita
a todos; no hay de hoy más ausencia.
En plenitud toda se agita,
cual mar sin playas, infinita,
del universo la existencia.
¡Eterna noche de delicia!
¡Canto sin fin! ¡Eterno poema!
El sol que a todos acaricia
es, oh, gran Dios, tu faz suprema.

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